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OLOR A JARA

Ésta es una historia sencilla, es la historia que da sentido a un nombre, es el principio de algo que está por llegar. Corrían los años setenta y  yo acababa de perder a mi madre, siendo aún muy niña. Llegaba la época de vacaciones escolares y la ilusión de volver al pequeño pueblo de la sierra extremeña de Guadalupe. Mi tío Pizarro, el entonces taxista del pueblo, nos llevaba a mi padre, a mi hermana pequeña y a mí hasta el que era nuestro paraíso particular. El pueblecito que nos vió nacer a mi y a mis antepasados, había visto también a sus vecinos emigrar a otras tierras en busca de un futuro mejor, y entre ellos estaba mi familia. Pero como todo emigrante que se precie, volvíamos una y otra vez a encontrarnos de nuevo con nuestras raíces . El viaje de casi 300 km por carreteras de la época se hacía largo y tedioso. Mi hermana y yo pasábamos cerca de cinco horas en aquel habitáculo de cuatro ruedas con la vista puesta en un punto mágico, Garciaz. ¿Qué tenía este pequeño pueb

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